La patologización homosexual. Una comprensión comparada del miedo al SIDA y sus modelos de resistencia en la cultura visual de Estados Unidos y España (1986-1992)
Álvaro Navarro Gaviño, La patologización homosexual. Una comprensión comparada del miedo al SIDA y sus modelos de resistencia en la cultura visual de Estados Unidos y España (1986-1992), «Bibliomanie. Letterature, storiografie, semiotiche», 51, no. 9, giugno 2021, doi:10.48276/issn.2280-8833.5955
La reciente publicación de Avram Finkelstein Odio a l*s héteros: separatismo y sida en los años 80 (2020), nos sirve como referente para posicionarnos en la actualidad. Después de siglos de ocultamiento, encontraremos que el trabajo sobre materiales de archivo queer se sostiene como un trabajo que nos interpela aún hoy en día. Según Finkelstein, tras varias décadas de asimilacionismo queer impuesto, «la radicalidad queer no ha podido ser eliminada fácilmente de las conceptualizaciones reflexivas que abordan nuestra identidad en forma crítica o exhaustiva»1. Frente a una historiografía LGBTIQ+ española que enfatiza en los avances en materia de inclusión legislativa y social, pienso que recuperar algunos archivos e imágenes donde se explicitan claramente la opresión de las mal consideradas sexualidades minoritarias, permite también rescatar y resignificar el potencial disruptivo de una cultura politizada a través del sexo y la disidencia que se ha mantenido posteriormente en las formas de interpretación y contemplación de los materiales sobre SIDA, en el que el panorama mediático ha privilegiado historias que son más fáciles de contar y entender que otras. Siguiendo otros trabajos actuales, como el planteado por Sarah Ahmed desde la fenomenología queer2, el objetivo final será evidenciar que la asociación entre la enfermedad y la homosexual tuvo un poder especial a la hora de reconfigurar los espacios y las movilizaciones sociales. Sin embargo, a pesar de los múltiples efectos negativos, encontraríamos que las nuevas formas de acción colectiva transnacional plantearían la posibilidad de una reformulación de las ciencias médicas y la sexualidad. Lo que permitiría truncar los funcionamientos de opresión dentro del imaginario social, el cual estaría al mismo tiempo alimentado por y reproducido mediante la cultura visual, lo que promovería en última instancia un fuerte giro afectivo que se trabajaría posteriormente desde las genealogías feministas de la academia.
En primer lugar, estudiaremos la gestación de ciertos tropos metafóricos, tomados de la cultura visual y la industria cinematográfica, que dieron lugar a un impulso renovador de la contracultura a través serie de mitologías y dinámicas monstruosas, basadas en la exploración radical de la sexualidad y sus lugares prohibidos, lo cual tuvo cierto éxito a la hora de enfatizar en algunos valores de resistencia. Subrayando la distancia política que existe entre en la industria cinematográfica y la pornografía, las imágenes nos cuentan, recuerdan y hacen reflexionan sobre el poder del cuerpo sexuado en el espacio público y los desbordes del peligro homosexual hacia la sociedad heteronormativa. La sensibilidad política de las imágenes nos permite acudir a narrativas diversas, que se entrecruzan y resultan a veces paradójicas, posicionando como víctimas inocentes y culpables ambivalentemente a distintos grupos sociales. Por un lado, algunas de ellas nos llamarían a experimentar la apertura a figuras deseables, y por otro, ser partícipes del moralismo implícito en las campañas visuales, que nos advierten del peligro y clausura de la disidencia, contribuyendo finalmente a la reproducción de una sociedad normativa, fomentada por una atmósfera cultural amenazante desplegada por los medios de comunicación, y que fue responsable directa del fuerte incremento de la violencia anti-homosexual.
En segundo lugar, en base a lo que hemos comentado, uniré el trabajo de revisión de estas metáforas visuales a un estudio sobre las intenciones políticas con que fueron ideadas. Esto nos permite reformular que una constelación de imágenes permitirían una corrección social sin precedentes basada en dinámicas sociales de opresión, que exponía por un lado la desaparición del cuerpo homosexual o la sobreexposición del mismo a efectos degradantes de la enfermedad. Pienso que es necesario realizar un estudio minucioso sobre algunas imágenes que se difundieron durante varios años en las cadenas públicas de EEUU, ya que han gozado de un papel fundamental en la construcción de subjetividades y en la memoria colectiva a nivel local y global que debemos cuestionar. Para ello nos serviremos de las teorías antisociales de Leo Bersani, el tratamiento de las imágenes de Avram Finkelstein y los ejercicios de reimaginación de José Esteban Muñoz, e interpretaremos la expansión del SIDA a través de sus imágenes y producciones audiovisuales, dotándolas de una narrativa muy particular a través del sexo. El marco comparativo establecido entre EEUU y España, motivado por el intervalo cronológico que he elegido (1986-1992) nos permitirá ver en primer lugar la evolución que sufrieron las imágenes y cuáles fueron los problemas que encontraron las activaciones de resistencia política de estos años. Entre ellos, los malentendidos en la articulación global para parar la pandemia, y más específicamente, las tensiones a nivel local por parte de algunos colectivos, que se quedaron paralizados ante la necesidad de reivindicar una visibilización del problema de forma comprometida. El caso español resulta de vital importancia, porque debido a la inacción por parte de las instituciones/autoridades durante varios años, los desacuerdos llegarían hasta la década de los noventa, un momento en el que los cambios que introdujo la pandemia ya se habrían asimilado en algunas sociedades, desde las que se venían elaborando aprendizajes colectivos de cuidado mutuo, como las comunidades ANTISIDA. De ahí que algunas de las medidas tomadas tardíamente no fueron del todo efectivas.
Si bien he estructurado el discurso entre los años 1986 y 1992, me gustaría antes explicar algunos asuntos de vital importancia durante los primeros años de la pandemia para evidenciar el posicionamiento que he tomado en relación al objeto de estudio.
1. Un acercamiento preliminar al SIDA y la importancia del sexo durante los años Ochenta.
1.1-¿Qué tiene que decir la ciencia médica de todo esto?
El 5 de junio de 1981, se dieron a conocer en en el Morbidity and Mortality Weekly Report3 de los Estados Unidos algunos casos de muerte por afecciones poco comunes entre jóvenes. Se trataba de un resumen semanal que funcionaba como una de las principales publicaciones científicas en cuestiones epidemiológicas. Pasadas unas semanas, el 3 de julio, a través de una publicación del “The New York Times”4, se planteaba la presencia de un supuesto cáncer que afectaba a 41 homosexuales. La identificación inicial de una enfermedad como “cáncer gay’’ por la prensa norteamericana y europea a lo largo de este año provocó que no se prestase demasiada atención hasta varios años después. Durante 1981 y la mayor parte de 1982, el SIDA todavía no se llamaba como tal y se desconocía el origen que lo causaba. Las primeras repuestas médicas5 encontrarían la causa principal en las relaciones sexuales (ignorando otras vías de transmisión) que se mantenían en estados profundos de conciencia alterada por parte de los homosexuales masculinos, un razonamiento aparentemente objetivo que se fundamentaba en el consumo de estupefacientes, y desviaba la atención sobre las prácticas sexuales de la comunidad general a un discurso moralista sobre la exacerbada promiscuidad homosexual gestada en los años setenta.
Es perfectamente conocido que, en palabras de Leo Bersani, las reacciones primarias frente al SIDA contribuyeron al montaje de «una forma (unilateral) en que ha sido tratada una crisis de salud pública, como si fuera una amenaza sexual sin precedentes»6. En la mayor parte de estudios epidemiológicos financiados en EEUU nos encontraríamos con una interpretación moralista, lo que limitaba una completa interpretación y propagaba a través de los artículos de prensa una sensación en el resto de poblaciones: la poca probabilidad de contagio ante esta amenaza, que parecía afectar principalmente a minorías sexuales y raciales. Este desplazamiento, provocado en parte por la brevedad de los contenidos y cierta ambigüedad discursiva, según Simon Watney, dinamizó una «crisis de representación sobre el cuerpo humano y sus capacidades de placer sexual»7. En este sentido, la base superficial y sensacionalista de los casos estudiados, así como las luchas de la opinión pública, provocaron que una crisis causada por una enfermedad (en principio) de transmisión sexual se convirtiese en una epidemia político-cultural que llamaba a las masas sociales a la denuncia de hábitos poco normativos. La publicación de Policing Desire: Pornography, AIDS and the Media (1987) en el contexto de años posteriores, es fundamental para comprender, por un lado, el posicionamiento de las políticas gubernamentales y sociales en torno al SIDA, así como la cobertura informativa e institucional realizada por la prensa y la televisión de Estados Unidos e Inglaterra, y por otro lado, para plantear también una explicación sobre los mecanismos por los que el espectáculo de sufrimiento, enfermedad y de muerte habría desencadenado, y parecería incluso haber legitimado, determinados impulsos de opresión social y asesinato que encontraban sus excusas en el discurso médico. Podemos sugerir que, en gran parte, la expansión del SIDA estaría respaldada por la proliferación de movimientos sociales influenciados por el prejuicio, el desconocimiento o la ignorancia, una parálisis de las iniciativas durante la primera mitad de la década, que chocaría con el pretexto que se utilizó para justificar llamamientos a una creciente legislación y «regulación de las personas consideradas socialmente inaceptables»(p.3).
Siguiendo de nuevo a Bersani, «el tratamiento informativo del sida que realizaban los medios de comunicación estaría en su mayor parte dirigido a la población heterosexual» (p.87), quienes gozaban de un aparente riesgo mínimo, y como si los colectivos erróneamente considerados minoritarios, que además estuviesen en una situación de alto riesgo, no formaran parte de la audiencia. En varios medios de prevención, como veremos, se exponían, seleccionaba y presentaba odio hacia algunos modos de vida que sucedían a la luz del día, en la vía pública; se exhibían para regocijo colectivo de las miserias y las miradas: la bulimia sexual, la promiscuidad, la incapacidad de compromiso. En este imaginario, el homosexual, interpretado como esclavo del pecado, perdido por el vicio y el abuso de sustancias estupefacientes, desviado en su código de barras genético, hormonalmente desequilibrado, expresaba su errónea condición y era castigado contrayendo un virus que lo torturaría hasta la muerte.
Esto coincidió con un momento delicado, en que la comunidad gay en Estados Unidos, comenzaba a debatir y separarse en pequeños grupos debido a la necesidad de cambiar sus hábitos sexuales y los posibles efectos de estas conductas sobre la lucha de liberación gay8. La solidificación de un movimiento de renuncia radical que respondía a estos discursos tuvo, pues, efectos paradójicos dentro de las comunidades disidentes, se rescataron viejos demonios del activismo de años anteriores, que nunca habían muerto del todo: el sexo como consumo alienante, el ‘’ambiente’’ como gueto, como cárcel o espacio comercial de libertad vigilada, la identidad como confirmación del estigma, la pluma como expresión de misoginia… Pero todas estas propuestas de revisión y acción no lograron parar el SIDA9. Los movimientos sociales, culturales y políticos de estos años se caracterizaron por instalarse de manera inesperada en una era de incertidumbre, de escasez de garantías sólidas, de indefinición y opacidad de los objetivos tanto culturales y morales, como políticos y médicos. Desde este análisis, podríamos pensar que los acontecimientos sociales se sucedieron con tanta rapidez que el saber médico no pudo ubicarse frente a éstos de manera imparcial y efectiva10, generando en la producción de cultura toda una serie de políticas de terror que supera la década de los noventa, llegando al límite de cambio de milenio.
1.2-Una nueva estructuración del valor del mundo y sus flujos de intercambio.
Poco antes de la publicación de Watney, en abril de 1987, el apretón de manos entre Chirac y Reagan finalizaba con la pelea por la paternidad del descubrimiento del SIDA y simbolizaba que la inquietud del llamado cáncer gay fuese, en parte, asimilada como una pandemia mundial, ya no era una cuestión de extensión localizada, sino que afectaría a los hábitos subjetivos de las sociedades. Sin embargo, el desarrollo de políticas y discursos en el contexto del final de la Guerra Fría fue en la línea de la confirmación y solidificación de las diferencias y la construcción de comunidades más pequeñas11: «No tengan menos sexo, ténganlo con menos personas»12.
La emergencia de la pandemia del SIDA va a ser interpretada en nuestro caso a través de dos escalas: una internacional y otra local, estructuras de intercambio cultural y corporal que nos revela datos importantes acerca del panorama sociopolítico de aquellos años, de un mundo cada vez más unipolar en donde las migraciones tendrían un poder característico. El caso del denominado paciente cero, Gaetan Dugas, trata sobre asistente de vuelo y que además se definía como gay. El origen del conflicto en este llamado primer caso radica en que unir la enfermedad a su ‘’hiperactiva vida laboral y sexual’’ es un acto deliberado, que delata la necesidad de diseñar una narrativa clara y lineal a partir de la cual se entiende la diseminación del virus por toda Norteamérica y seguidamente por Europa, que a menudo se considera el caos de la enfermedad; también establece un punto de origen, crea una línea de tiempo y comienza el acto de culpar por la incursión en los límites de la inmunidad. En otras palabras, este caso, sobre el que cayeron la culpabilidad y la estigmatización de la práctica de intercambio sexual, se vería reflejado como un problema que colisiona con las políticas negociadoras detrás del apretón de manos y con ciertas estrategias tomadas por Estados Unidos.
Sin duda, casos como este nos permite ver que la propia vida de muchas personas ganaron en repercusión política al ser leídas y difundidas en estos términos. Tal sería la potencia simbólica de la identidad sexual en el contexto de estos años, que resulta paradójico hablar, de manera paralela al problema del SIDA, sobre los intercambios culturales, las políticas internacionales, del optimismo impregnado en las bases del neoliberalismo, así como de las migraciones entre países y continentes, del paso del campo a la ciudad, de las formas de vida tradicionales a las formas de vida más modernas, del intercambio y diseminación de ideas, de la proliferación de ídolos e iconos globales dentro la cultura de masas y los avances en materia de integración social reivindicados por nuevos movimientos de las mujeres. Si bien todos estos cambios promovían un mensaje liberador, también habría que recordar, en este contexto, algunas de las consecuencias tras las guerras ideológicas y militares, la huida de las persecuciones, la pobreza estandarizada, los efectos de la represión sexual, que habrían posibilitado conjuntamente la expansión del VIH. De este modo, el intenso movimiento poblacional que ocurrió en los Setenta, sumado a la construcción de las naciones según el orden del capital tras la Guerra Fría presentaban a un mundo absolutamente intercomunicado y lleno de movimientos. En este momento, irónicamente, los microorganismos podían viajar en avión y en pocas horas recorrer miles de kilómetros.
Como comenta Jeffrey Weeks al respecto del contexto internacional, la propia dimensión expansiva del SIDA en el ámbito de la cultura y de la interacción social, desde sus inicios, obligaba a los científicos a buscar identidades localizadas, lo que motivó «el resurgimiento de los viejos patrones y la búsqueda de cuerpos bajo las leyes de la moral tradicional»13. Todo cuerpo con SIDA pasó a ser un cuerpo homosexual, o, en compensación, un cuerpo homosexual era peligroso para el resto de cuerpos porque era potencialmente peligroso. Este discurso sobre la enfermedad no hacía sino confirmar (evidenciar) una realidad tan sólo física de nuevos actores sociales, “portadores y receptores’’ colocados por el saber médico en los marcos de referencia de un estigma hacia la migración y el cambio de los antiguos valores del sexo, la identidad y la familia.
La escala global evocaba multitud de prejuicios locales, movimientos pasionales, y moralidades aparentemente dudosas; un claro ejemplo de una civilización global cuyos valores eran imprecisos y distanciados. Para la mayor parte de la opinión pública y política, el SIDA reforzaba el sentimiento general de crisis que se alojaba en cierta sensación de un final, fomentado por el acelerado ritmo de nuevos cambios y presupuestos culturales acontecido en las décadas anteriores en relación a la sexualidad, que enfrentaba las bases de la política de la modernidad con «las posibilidades de una postmodernidad»14. Así, el problema tanto sanitario como representativo del SIDA pudo poner de manifiesto las complejidades y las interdependencias de «un mundo instalado en una globalización»15 que produjo, como si de un reflejo necesario se tratara, un brote de nuevas identidades y nuevas comunidades, así como nuevas exigencias y obligaciones en conflicto.
Con el comienzo de nuevas formulaciones para este mundo, que podrían considerarse como ejercicios de imaginación política, destacamos una línea que elaboraría una reconstrucción estructural de los espacios públicos y privados, así como la construcción de memorias y prácticas asociados a ellos. José Esteban Muñoz, autor del capítulo Ghosts of Public Sex. Utopian Longings, Queer Memories (2009), subrayaba la necesidad de llevar a cabo una progresiva revisión de los valores como la intimidad y la protección mutua por parte de algunos colectivos16. En este ámbito, considero que la primacía del discurso científico-médico en el debate acerca del origen y la expansión de la epidemia, que a menudo confirmaba la intromisión de un cuerpo monstruoso en el espacio público, deudor de una moral basada en la exclusión, no sólo habría establecido una dudosa asociación entre homosexualidad y SIDA, sino, peor aún, gracias a su poder simbólico y disciplinario, habría logrado rectificar, redefinir y rearticular los criterios de exclusión con los que se luchaba desde hacía más de un siglo y que mantenía la ignominia y confinación de los homosexuales en pequeños grupos aislados. La incertidumbre se hizo sentir de forma muy especial en la exposición de la sexualidad en el ámbito local, como por ejemplo, en la ciudad de San Francisco, un lugar donde se promovieron multitud de miedos y controversias morales; prejuicios, discriminaciones y negligencias que distan mucho de ser inocentes y provocaron la soledad, el aislamiento y la clausura de algunos colectivos y locales ‘’de ambiente’’ que habían ganado visibilidad en Estados Unidos, como fueron el Frente de Liberación Gay. El hecho de que una crisis sanitaria cayese pesadamente sobre poblaciones gays, que habían disfrutado de ciertos avances en materia de libertad sexual, es sin duda, un momento decisivo para nuestro análisis, puesto que obligaba tanto a los homosexuales como a los no homosexuales a repensar las relaciones con la sexualidad, la negociación sobre riesgos y su poder representativo en las sociedades.
2. La ciencia y los monstruos: la construcción metafórica de la comunidad gay seropositiva.
La comprensión metafórica del VIH / SIDA en el orden de las sociedades ha sido durante mucho tiempo un tema polémico al pensar, escribir y hablar sobre la epidemia y el virus en la actualidad. Susan Sontag, en una edición de 1989 sobre los mitos culturales que rodean el cáncer, argumentó que «la comprensión metafórica del SIDA a menudo tenía un efecto adverso en las personas afectadas por la enfermedad y además, a menudo se usaba como una especie de camuflaje contra los juicios moralistas sobre aquellos que eran considerados grupos de riesgo»17. Si bien la principal motivación de Sontag pudiese haber sido el deseo de llamar la atención sobre los posibles efectos dañinos de ciertas interpretaciones metafóricas del SIDA, y de la enfermedad en general, en este trabajo tratamos de reformular el papel que las ciencias médicas desempeñaron de manera generalizada. Para ello, debemos reinterpretar las tensiones entre la enfermedad como una negación de existencia, con las posibilidades que se ofrecían desde la monstruosidad como respuesta política y de rabia ante los imperativos del sistema médico.
En este eje de análisis, algunos productos de los mitos de la cultura popular han relacionado el exceso sexual con una especie de monstruosidad18. Desde la crítica literaria y cultural, como Nina Auerbach19 hasta Donna Haraway20 o Scott Bukatman21, se ha defendido que la enfermedad como una cualidad monstruosa podría ser una metáfora privilegiada para evocar la experiencia característica de la cultura postmoderna, fundamentada en el deseo y el poder. Algunos significados que se pueden adjuntar a las enfermedades epidémicas (como la tuberculosis, la sífilis, la rabia, la lepra y la peste bubónica, entre otras epidemias) amplificaron el componente mítico-cultural de esta pandemia: la radicalidad sexual de algunos cuerpos frente a otros. Particularmente, considerando los discursos moralizadores que han rodeado al SIDA y al VIH desde sus primeros años, se hace evidente que la identificación de la enfermedad habría adquirido el frenesí y el fervor reservados durante mucho tiempo para burlar y elogiar figuras como Drácula, que guardan cierta relación con la política erótica de los “sodomitas’’, recogidos en todo tipo de producciones culturales y políticas: tanto en la legislación, como en la teología y en la literatura. Recurrentemente algunos de estos documentos se utilizaban como pruebas para criminalizar las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Sin embargo, las etiquetas asociadas a estas personas no designaban necesariamente un estado psíquico o un carácter especial (“esencia’’), sino una “práctica” o un “vicio contra-natura” que potencialmente podía recaer sobre cualquiera, como una epidemia. Según algunas posiciones, «el sodomita alteraba el orden natural ordenado por Dios, en el que los humanos debían propagar su fe por medio de su propia reproducción»22. Como sucedió en el siglo XIX, diferentes discursos de la medicina y la psiquiatría, como aquellas ciencias privilegiadas con la capacidad de abarcar los sucesos epistemológicos de los cambios sociales en su totalidad, enfatizaron en una conceptualización de los grupos sociales homosexuales como «casos de estudio y de riesgo»23, una condición reconocida por un gran número de testigos, que señalaban signos y síntomas característicos. Siguiendo a Sontag, pensamos que las sucesivas opresiones desde hacía más de un siglo provocaron un desplazamiento de las subjetividades homosexuales, instaurando durante estos años la incorporación de nuevos discursos, por ejemplo, hablar de monstruos sociales entre la tara biológica y la falla moral24, por nombrar algunos de los calificativos más evidentes que hicieron frente las personas seropositivas de los años 80 y en adelante. El SIDA, caracterizado simbólicamente como enfermedad principalmente de transmisión sexual, posicionaba en el espacio público un cuerpo peligroso que rozaba el carácter mítico como portador de una enfermedad terminal. No obstante, la asociación de la homosexualidad a una enfermedad que alteraba el orden considerado natural, funcionaría para algunas sociedades disidentes como un sustento político e ideológico útil al servicio de una crítica radicalmente desestabilizadora de la normatividad heterosexual expresada especialmente en la cultura visual, y que, por encima de los motivos moralistas y excluyentes de la unidad familiar nacional25, utilizaría el rechazo comunitario como una forma de enunciación radical. Estas claves señaladas, nos permiten entender que las estrategias de exclusión que se habrían predispuesto por la cultura visual, y que serían responsables directas de un fuerte incremento de la violencia anti-homosexual, contaban con diferentes agentes simbólicos para delimitar blancos de atención social.
Las correspondencias metafóricas que hemos señalado prepararon un campo idóneo para un “revival cultural’’ de figuras como los vampiros, zombies o los cyborgs en la industria audiovisual, que simulaba a la perfección los avances de una cultura sexual (no solamente gay) cada vez más ambigua. El vampiro es una buena metáfora que aplicar a la llamada ‘’desviación sexual’’, ya que algunos de sus atributos diferenciales se convirtieron en síntomas utilizados para encontrar personas contagiadas. Por ejemplo, en algunas películas se mostraba a ciertos cuerpos como fugitivos escondidos en la oscuridad de la noche, desempeñando prácticas que rozaban las escenas sexuales de “cruising”26, a veces embadurnados y sedientos de todo tipo de fluidos, frecuentando públicamente cuartos oscuros y discotecas, espacios con mucha visibilización poco antes de la epidemia del SIDA y que ahora eran filmados por la cámara. Y todo esto tiene que ver con ejemplos de un relato más fluido y un efecto de realidad, o de una ilusión de realidad, que encontramos que la pornografía. Como producción audiovisual, resulta para mi análisis una extensión simbólica de particular interés para subrayar el potencial de algunas dinámicas sociales y su rigurosidad como fuente histórica. Según Bersani, «la pornografía sería la descripción más exacta y la promoción más eficaz de la desigualdad, de la erotización de la violencia»27. Algunas de las producciones de la pornografía28 de los años 80 exponían claramente a hombres disfrazados de vampiros, cuyos atributos tanto físicos como simbólicos (una relación ambivalente entre el narcisismo, los colmillos como elemento fálico que no necesita preservativo y la sexualidad no reproductiva) rompían las barreras que estrechamente habían separado a monstruos y a hombres homosexuales. La homosexualidad, desde entonces, sería entendida como intrínsecamente ambigua porque se expresaría oralmente, combinando cualidades de lo convencionalmente masculino (dientes penetrantes) y lo femenino (labios envolventes), generando así una profunda ambivalencia erótica que desestabilizaría la representación de los roles sexuales como reinvención en el eje imaginario. El deseo de encarnar y dejarse llevar por este tipo de mitología, se estandarizó en muchos casos contraculturales como una herramienta narrativa que promovería una actividad sexual con cierta referencia al parasitismo y al empoderamiento capitalista29: la representación de una sexualidad patológica y no reproductiva, una sexualidad que agota y promueve la líbido, desgasta las inquietudes de la vida pública durante el día y existen bajo sus propias reglas durante la noche, fuera de los contratos matrimoniales, chupando la sangre (He’ll suck you dry!) y agregando un valor evidentemente económico a la sexualidad.
Sin embargo, la representación de vampiros en The Hunger significaba que esta herramienta narrativa habría perdido su potencial disruptivo. Que una película de la cultura de masas presentara connotaciones homoeróticas entre los personajes femeninos Catherine Deneuve y Susan Sarandon, que se encontraban en un triángulo amoroso con el personaje de David Bowie, sin duda manifestó todo un posicionamiento político de visibilidad y cambio de la sexualidad no-heteronormada, pero convertía la ambigüedad antes vista en la pornografía en algo deseable dentro de la cultura de masas. Los personajes se prestaba a la andrógina y a la peligrosa sensualidad de los no-muertos, lo que nos lleva al lanzamiento de The Lost Boys en julio de 1987 y al notable matiz homoerótico de los personajes: la dinámica ‘sensual’ entre personajes que durante múltiples escenas eran ambivalentemente sexuales sería un gesto común del cine de estos años. De hecho, The Lost Boys se ha convertido en un producto popular en el cine queer no solo por el significado del propio título, sino también porque el propio director Joel Schumacher era un hombre gay, lo que agrega otra capa perspectiva a la representación del arquetipo de vampiro y la cosmovisión de los personajes. Estas fuentes constituyen en la actualidad un documento fuertemente situado dentro de la pandemia, y nos ofrecen una perspectiva raramente perceptible en las fuentes impresas. Resulta paradójico plantear que por un lado, la mitología vampírica alegaba la participación social de la nueva burguesía a través de las producciones audiovisuales, afirmando enfáticamente sus valores y comportamientos consumistas, como el derecho casi divino de una clase social superior de seres sobrenaturales, pero también sugiere que la aparición de comunidades sexuales alternativas, cuyos deseos habían sido tradicionalmente reprimidos en la cultura dominante y en la historia convencional de las narraciones fantásticas, significó el inicio de un separatismo en las fuerzas disidentes.
Si bien la profusión y divulgación de este imaginario homoerótico abrirían un nexo ideológico que tenía como objetivo evidenciar que la homosexualidad corrompía a sus víctimas a través del acto de seducción, las películas nos ayudan a reflexionar sobre la crisis de salud y su impacto asimilacionista en la vida de los homosexuales de una manera multifacética y expansiva. En el símbolo sexualizado de morder el cuello de una víctima y alimentarse de su sangre, los vampiros representaban una rebelión contra la moral socialmente domesticada sobre la sensualidad y la economía del deseo: el cuerpo se entregaría al acto sexualizado con cierto abandono30, produciendo en este intercambio de fluidos todo tipo de infecciones sexuales, afectivas e ideológicas. Estos ejemplos brindan una variedad de ideas representativas sobre lo que habría significado vivir en la década de 1980 como un hombre gay con SIDA, al tiempo que ofrecen la posibilidad de echar un vistazo a las negociaciones personales, públicas y comunitarias de sus vidas, dotando a estos artefactos de una agencia de memoria social accesible y representable. Siguiendo a Muñoz: «Sin duda, la memoria se construye y, lo que es más importante, siempre es política»31. Los casos que aquí exponemos nos ayudan a postular que los recuerdos y sus relatos ritualizados, a través del cine, el video, la interpretación, la escritura y la cultura visual, sin duda tendría. n potencialidades de creación de desestabilidades normativas, pero que con el paso del tiempo, se convirtieron en el símbolo edulcorado de varios miedos importantes durante los primeros años de la pandemia.
Sin duda, la invasión del VIH en el cuerpo humano y sus diferentes culturas fue interpretada a través desde las sexualidades no normativas y sus prácticas, como son la penetración anal, el uso de drogas y las intervenciones donde se veía sangre. Todo el clímax político tras las producciones que recordaban al SIDA y servían como modelo para comprenderlo imprimieron sobre la matriz de pensamiento de las sociedades la idea de que las personas con SIDA tenían ciertas formas de ser, con un exterior constitutivo muy concreto (que infunde terror), y que rozan los límites de lo aceptado y los excesos de lo permitido por sus modos de vida. Tal como lo muestra el material audiovisual analizado en este apartado, la representación de la enfermedad nunca trata sólo o principalmente sobre la experiencia de la infección y la enfermedad, sino que siempre afecta a otras cuestiones sociales, políticas o filosóficas planteadas y dramatizadas por la epidemia. Si bien durante los primeros años el material visual que hemos recuperado acompañaba a las políticas de segregación corporal, lo que parecía desafiar algún tipo de representación social, posteriormente, los cuerpos afectados por la enfermedad se configuraron fácilmente en un espectáculo lascivo en la televisión, el cine y los periódicos, las bellas artes, la cultura popular así como en la fotografía artística y la literatura científica. Como señala Gabriele Griffin: «el campo visual se convirtió en un terreno en el que se libraron las batallas sobre el VIH / SIDA [… ] utilizar el campo visual para proyectar mensajes sobre el VIH también fue un medio de visibilizar el VIH, de generar un espacio público para él cuando los gobiernos tardaron en responder a las amenazas planteadas por el SIDA»32.
Esto planteó una revisión por parte de algunos colectivos, desde los que principalmente se perseguía a una movilización social común para cambiar las definiciones sobre la enfermedad, las familias y comprender nuevas conceptualizaciones sobre la exposición e interacción en el espacio público, y finalmente, el poder de la memoria como material político. Para principio de la década de los noventa, dentro de las mareas de cambio y agitación que se experimentaban en el mundo, se escucharían ecos de las diversas subculturas que, surgidas desde la década de 1970 con una nota especial para la comunidad gay y las comunidades alternativas punk y goth, inspiradas mayormente por estos materiales audiovisuales, formaron unidades familiares con personas de ideas y sentimientos afines para la seguridad y apoyo mutuo.
3. Los anuncios en Estados Unidos: la promesa de muerte del orden normativo y sus potencias culturales.
Los argumentos proporcionados anteriormente nos ayudan a comprender el papel que las diferentes representaciones visuales y su recepción simbólica en los imaginarios sociales desempeñaron contextualmemente en Estados Unidos. Al ser el primer país que intentó dar respuesta al origen de la pandemia, los procesos de construcción de una matriz ideológica y organizativa de sus artefactos culturales33 no sólo impactan con el contexto nacional, sino que se inscribieron en una esfera mayor, dando pautas para la creación de una normatividad sociocultural de otros países. Precisamente, durante la década de los años setenta, en EEUU se habían consolidado grupos y asociaciones LGBTIQ+ de gran importancia. Gracias al papel relacional de estos grupos en la transmisión de información e ideas a otras partes del mundo, habría que considerar que Estados Unidos gozaba una posición privilegiada a la hora de influenciar el debate internacional en lo relativo al colectivo LGBTIQ+ y de transmitir conocimiento acerca del SIDA. Todos los ojos miraban la escena estadounidense por diversos motivos, como podría ser su papel principal en la Guerra Fría. De esta manera, su imaginarización de la enfermedad y la fuerza de sus representaciones han dejado cicatrices tanto en el plano de las realidades y construcciones del cuerpo social en otros países como en los debates acerca de sus posibilidades.
La forma de presentación de la enfermedad en la cultura de masas exhibía un cuerpo distanciado en relación al espectador, cuyos atributos, gustos y/o representaciones siempre eran acompañados de un lenguaje que promovía el terror o hacía referencia a la muerte (SIDA = muerte). De esta manera, gran parte de la cultura visual predominante en torno al VIH / SIDA, como veremos, reforzó un sentido de protección por parte de la comunidad heterosexual, mientras que otras veces invitaba a la pasividad e inevitabilidad en torno a la epidemia, lo que obstaculizó el papel de aquellos esfuerzos de cambio de la forma en que los gobiernos y las autoridades sanitarias se acercaron al virus. Tal fue su impacto a fines de la década de 1980, que muchos hombres homosexuales vieron el comienzo de la epidemia como un evento que rivalizó las estrategias de liberación tras los disturbios de Stonewall en importancia histórica34. Desde los trabajos fenomenológicos de Ahmed podemos hablar de la posibilidad relacionar los espacios ocupados y construidos desde y por la intersubjetividad humana con cuestiones como la corporalidad vivida o la orientación sexual. Esto ayudaría a profundizar en lo que significa tener una orientación sexual, a comprender cómo el mundo de la vida viene cargado de directrices dadas a modo de un cuasi a priori, lo que hace parecer como obvias y ‘naturales’ unas líneas y cuerpos y otras como ‘no naturales’.
Si bien la construcción simbólica y visual de la enfermedad fue diferenciándose a lo largo de los años a modelos más inclusivos, los primeros anuncios de prevención son singularmente impactante si la miramos desde el contexto actual. En el catálogo de imágenes que hemos recogido, compuesto por varios anuncios, ephemera y cartelería, es común el énfasis constante en lo sobrenatural, lo que haría cada vez más resonante una connotación negativa. Las imágenes, cuyas estrategias semióticas se basan en la ausencia de cuerpos y por la ocupación de la muerte, infunden en el espectador una sensación de vacío constante y acumulativo que lo confrontan con sus propios valores. La utilización de motivos fantasmagóricos explicaría que los modelos visuales (que también son efectos semióticos, fotográficos y/o cinematográficos) como una representación fidedigna de la enfermedad dejarían un rastro importante en la configuración de la memoria comunitaria. La producción y difusión de estos anuncios de carácter generalista se llevó a cabo simultáneamente entre Estados Unidos, Australia y Reino Unido, cuyo mensaje no contribuye a la labor de difusión de una información preventiva certera (‘’there is no known cure’’), sino que advierten de un peligro letal y contribuyen a la estigmatización de enfermedad, extrapolándolo a sus máximas consecuencias. Esto provocó una interpretación social acerca del SIDA que tendría que ver con la angustia de la destrucción del cuerpo, promovido sobre todo por el modo de representación del peligro desde una perspectiva de carácter defensivo (‘’So protect yourself…’’) y moralista (‘’don’t die of ignorance’’), y sobre el peligro de algunos grupos de riesgo muy concretos (‘’so far it has been confines to small groups but it’s spreading’’). Según Muñoz, «la doble ontología de fantasmas y lo fantasmal, la manera en que los fantasmas existen por dentro y por fuera (de estas imágenes) y atraviesan distinciones categóricas, parece especialmente útil para una crítica queer que intenta comprender el duelo comunitario, las psicologías de grupo y la necesidad de una política que “se encargue” de la muerte en batallas por el presente y el futuro»35.
Un acercamiento al SIDA a través de estas imágenes, cuyas cualidades representativas nos permiten atender a la crisis que se propagaba a nivel mundial, y que en cierta medida, ponía a la luz en blanco y negro algunos descontentos y dilemas de la década anterior, que exponía ante los ojos de muchas personas, facetas de la vida como un rincón oscuro y lóbrego (esa extraña relación fantasmática y mortuoria de la sexualidad anal) en el inconsciente colectivo. Los medios convirtieron la experiencia personal en un espectáculo para las masas, cuyo poder informativo es cuanto menos cuestionable. En la medida en que se presentó la enfermedad en muchas ocasiones como un contexto de personas no normativas, y por ende, como casos extraños, se desprendió la idea de que era un asunto ajeno y que no se estaba en predisposición de asimilar la información que lo comprendía. Insistimos que estos anuncios no se creaban para las comunidades afectadas, sino para la población que compartía espacios con ellas: era primordial la concienciación del peligro que suponían los nuevos actores sociales en el área pública, (receptores y transmisores) que podían contagiar sexual e ideológicamente a la comunidad sana, y que más que promover una acción conjunta de las autoridades sanitarias, llevó a la preocupación individual y el recelo social. Esto acabaría en una negociación conjunta entre los acontecimientos y los imaginarios sociales, alentada a la vez por estas producciones, en las que han operado mecanismos de apropiación, reelaboración y reinterpretación, tanto en el interior del propio campo de interpretación social como entre las prácticas de los distintos actores. Desde la dimensión de su construcción, entonces, los procesos constituyen una trama de representaciones y prácticas en las que se articulan no sólo procesos económico-sociales, sino también políticos e ideológicos. Más específicamente, podemos definirlo dentro un procesos de condicionamiento recíproco entre las representaciones y las prácticas, vía el proceso de movilización y sus interacciones. Esta dinámica abre el comienzo de «una organización en base a relaciones estables y propósitos reiterativos, que produce una division del sexo y la enfermedad, se formulan reglas y valores sociales, se constituye, en última instancia, una cultura de organización»36.
Siguiendo el trabajo de Judith Williamson37, en cierto modo, el propio medio de la publicidad nos revela algunos detalles importantes sobre la reconstrucción de la mirada y la proliferación de una interpretación sesgada, constituida por un sistema de símbolos que nos develarían los modelos y normas propios de esta cultura. Bajo una óptica muy determinada que busca culpables y víctimas, sus elementos y usos nos demuestran también los procesos de toma de decisiones ideológicas que se ocultarían tras ellos. El póster del Proyecto de SIDA de Milwaukee, se apropia del formato de una prueba de visión estándar para captar la atención del espectador antes de que pueda identificar al sujeto. Se le indica al espectador que “realice esta prueba de visión”. ¿Por qué? Esto puede ser interpretado como la implementación de punto de vista único, que alerta de la amenaza y la imposición de un sentido correcto a la hora de entender y leer la pandemia. Diseñado para advertir e informar, el póster se basa en estadísticas para alertar al lector sobre la futura amenaza de transmisión del VIH y enfermedades relacionadas con el SIDA, una amenaza que puede haberse visto disminuida por la falsa confianza o la desinformación. Esto nos acerca a hipótesis sobre aquellas operaciones tácticas que movían un sistema normativo y valorativo (normatividad social) en la práctica social misma y perpetuaban la legitimación imaginaria de la moral patriarcal imperante a partir de complejos mecanismos conscientes y no conscientes a través de mensajes como ser fiel, o practicar sexo seguro. Además de demostrar que la construcción de imaginarios tendría que ver con las formas de organización social dentro de un modelo generado desde relaciones de poder, y por tanto, de hegemonías, también se intentaba paliar la revolución de los colectivos LGBTIQ+, el surgimiento de nuevas comunidades, y la imposición permanentemente de nociones como prácticas correctas para legitimar el odio, la expulsión o el maltrato hacia grupos previamente estigmatizados en un clima de intolerancia social.
El origen del SIDA y su extensión epidémica estuvo, durante varios años, localizado en espacios sociales determinados. Después, se fue extendiendo para el perjuicio de los que utilizaban drogas por vía intravenosa, después a los/las inmigrantes haitianos/as, luego los/las hemofílicos/as. Así, los estereotipos moldeados dentro de la cultura visual reflejaban modelos y normas, actitudes políticas, valores, deseos reprimidos y venganzas imposibles, efectos de una constante marginalización a algunas personas privadas de recursos, no válidas, no conformes, de las que nadie se hacía cargo, excluidas de los cuidados y que se volvieron, durante varios años, en fantasmas invisibles pero con grandes cargas y responsabilidades sociales. Esto llevaría a un último nudo problemático sobre la representación de la enfermedad como un castigo para aquellos desviados del orden social, pero también permite alumbrar en un doble sentido de descubrir, dar luz y abrir un nuevo orden (del deseo) dentro de la normatividad. Las imágenes nos permiten entrar en especie de paradoja entre la seducción del orden impuesto y la represión de los deseos que se proyectaban y depositaban sobre aquellos cuerpos disidentes y alternativos, en los que el resto de sociedad reflejaba38 sus temibles e inconfesables deseos39, un hecho, cuanto menos, lleno de desalineamientos y posibilidades de resistencia y liberación.
4. El caso español: anuncios entre la frustración homosexual y el interés por los grupos de riesgo.
El secretario de Sanidad y Servicios Sociales de Estados Unidos predijo a principios de 1987 que la Muerte Negra —la epidemia más grande de la historia, que terminó con las vidas de entre un tercio la mitad de la población europea— “empalidecería’’ en comparación con la epidemia mundial del SIDA40. A finales del mismo año también dijo que no se trataba de la difusión de una epidemia amplia y masiva entre los homosexuales, como tantas personas temían.
Se multiplicaron los contagios entre no-homosexuales, pero tanto en Estados Unidos como en Europa occidental, se mantenían las declaraciones tranquilizadoras según las cuales la población general estaba a salvo. Para finales de la década de los Ochenta, algunos expertos denunciaban los estereotipos aplicados a las campañas de prevención y a los propios pacientes, subrayando que la enfermedad pertenecía a poblaciones mucho más amplias que los grupos de riesgo iniciales, al mundo entero, y no solo a los más desdichados. Los primeros materiales de prevención fueron distribuidos por parte de Estados Unidos en panfletos, y después como anuncios en las cadenas públicas. Se trataba del primer país en enfrentarse de manera directa a la enfermedad dentro de sus poblaciones, y en gran parte, el objetivo era principalmente paralizar los flujos de contagio bajo los medios y prejuicios que fuesen necesarios, no encontrando ningún riesgo, a priori, en las familias y parejas heterosexuales como la población general. Sobre todo durante los primeros años, algunos materiales tuvieron un claro componente intimidatorio, utilizando repetidamente la idea «miedo al sida» en la televisión y plasmando titulares de prensa con apelativos como plaga, peste del siglo XX, muerte, castigo divino o lacra social. Quizás lo más destacable de este contexto fue que durante los años venideros, coincidiendo con el final de la década, nos encontramos con la dificultad de traducir culturalmente estos anuncios y técnicas de prevención en los medios de comunicación de otros países, como es el caso de España; la importancia en la labor que debieron realizar ciertos grupos e individuos para enfrentarse con lo desconocido de esta enfermedad, carentes de alguna información sólida y certera; de comprenderla en el contexto nacional y poder dar ciertas pautas a la sociedad sobre algunas tácticas y estrategias preventivas, incluyendo, en la medida de lo posible, concienciación y visibilización de los efectos sin pretender que cundiese el pánico.
Hemos elegido un estudio comparativo entre Estados Unidos y España porque son un ejemplo donde se dan ciertas acomodaciones y desacuerdos en torno a las formas de transmitir información sobre el SIDA y que revelan claramente el problema a la hora de traducir estrategias, donde la metáfora de la negociación cultural utilizada por Peter Burke41, nos permite estudiar los desacuerdos entre los movimientos disidentes nacionales.
Para estudiar la conjugación del caso español, Dean Allbritton, en su texto It Came from California: The AIDS Origin Story in Spain (2016) ofrece una forma de entender la política de representación que dio forma a la política institucional y médica de España y, mediante este ejercicio, presenta una nueva forma de ver la política de transición de España a principios de los años ochenta. A mi parecer, coincidiendo con sus ideas, los intentos políticos e ideológicos que dieron paso a la transición democrática y a las nuevas olas de movimientos sociales y culturales como la Movida42, no garantizaron bases sólidas para abrazar culturas exteriores dentro de la propia cultura popular, y además, tampoco se pretendió traducir las dinámicas y procesos sociales de EEUU, porque la propia situación de sus individuos e instituciones no era la misma que en otros puntos del planeta, como es evidente. De alguna manera, la vitalidad de la Movida impregnó los finales de los ochenta, sus imágenes muestran a un país inmerso en una cultura optimista, la creencia en sus propias intenciones y objetivos, de felicidad gracias a la apertura al cambio social-democrático, dejando atrás al régimen franquista, los vestigios del catolicismo y depositando ilusión en la particularidad de la cultura nacional de la Transición, cuya nostalgia nos llega hasta el presente. Esto, sin embargo, produjo el despliegue de un sentimiento apolítico, ya que en un período de tiempo muy corto se habían conseguido una serie de logros fundamentales que habían transformado enormemente todos los sectores de la sociedad española cuya calidad de vida se vio incrementada notablemente. Por estos motivos, aceptar la extensión de lo ajeno no estaba dentro de los planes de esta revolución cultural, y esto provocó el rebrote de algunas incertidumbres que fusionaban lo extranjero y lo nacional-doméstico.
Tras la asimilación de promesas del movimiento neoliberal podríamos apreciar que gran parte de la población civil se situó cerca de una fuerte resistencia al intrusismo o invasión por parte de las formas de otras culturas globales, así como sus problemas y efectos. Algunas propuestas de prevención se referían a nueva enfermedad que llegaba al país, pero sólo a partir de algunos casos contados, y esto, consiguientemente, produjo en la sociedad una clara resistencia ideológica hacia la propia posibilidad de contagio. Esto, en parte, consistía en defender las propias fronteras culturales e ideológicas de una invasión a la enfermedad en el territorio nacional. Gran parte de los anuncios y declaraciones mantenían una posición distante: «el SIDA es una enfermedad poco extendida en nuestro país»43. El gran optimismo y entusiasmo depositados en la propia capacidad de superación de la dictadura terminó con las últimas gotas de solidaridad nacional a problemas exteriores, lo que coincide con cierto asimilacionismo progresivo dentro de los colectivos LGBTIQ+ en España. No debe sorprendernos que esta reacción antiglobalizadora44, y explicaría la tardía movilización de los materiales de prevención en España, ya fuesen a nivel de panfletos o anuncios y que algunos colectivos abandonaran los postulados revolucionarios de los años setenta.
La primera campaña a nivel nacional no tuvo lugar hasta el año 1987 y fue utilizada para otros países latinoamericanos. Teniendo en cuenta que los primeros casos de sida en España datan del año 198245, queda claro el retraso que supuso la acción por parte de las autoridades sanitarias. Los materiales de visibilización empezaron a circular con imágenes que exponían solamente algunas vías de contacto del VIH. Sin embargo, la urgencia y necesidad de información al respecto de la enfermedad en general, se veía mermada por la forma en la que era transmitido el mensaje. Los dibujos animados, en comparación con las imágenes claramente inspiradas en el terror de Estados Unidos, caían en el lado opuesto. No transmitían la urgencia del cambio de comportamientos y hábitos asimilados en las décadas anteriores. Frente a Estados Unidos, en donde se tematizaba la enfermedad como un mal a prevenir de carácter general, en España la utilización de los anuncios sirvió como vehículo del mantenimiento de cierta normalidad en la televisión, ya que de manera esporádica se emitían en horas de alta audiencia, de tal forma se ingeniaron para que no desentonasen dentro del resto de contenidos televisivos, que se había impregnado del positivismo de la Movida, de los cambios esenciales del entorno familiar y los aspectos socioculturales que afectaban al estilo de vida de las mujeres. El objetivo principal de las instituciones públicas no era dar a conocer las causas y los efectos de la enfermedad, se invisibilizaba la enfermedad en sí misma y lo que ocurría con las personas que la padecían, al no proporcionar tampoco soluciones sanitarias. Esto significaba de alguna manera echar balones fuera, establecer ciertas dinámicas bajo la idea de prácticas de riesgo y mantener cierta idea de estabilidad y crecimiento: la enfermedad era entendida como un peligro de otras naciones, pero algo no demasiado recurrente en España y que sólo recaería sobre algunos grupos. En lugar de una sociedad políticamente liberada que promovía activamente la seguridad y la salud de su población, el SIDA reveló una profunda opresión sistémica en medio de los restos de un antiguo régimen que perseguía a la democracia española46.
De esta manera, la falta de una información suficientemente amplia, así como campañas dirigidas exclusivamente a determinados grupos considerados de riesgo potenciaron la construcción social de la enfermedad como algo ajeno e invisible en nuestro país. Las instituciones perdieron su capacidad de actuación efectiva durante los primeros años de la década de los ochenta, a pesar de la necesidad que tenían de adaptarse a un mundo radicalmente cambiante. El problema principal que encontramos es que la identificación entre ‘’grupos’’ y ‘’prácticas’’ bajo el concepto de ‘’riesgo’’ fue crucial para llevar a cabo una resignificación de los ‘’grupos culpables o responsables’’ a los que se hacía referencia. Se utilizaron en general retóricas cuanto menos contradictorias; imágenes que contradecían los discursos políticos e ideológicos de la moral cristiana expandida por la geografía peninsular; las políticas de la Transición consiguieron arrebatar algo de poder al organismo eclesiástico y cristiano, pero se mantenía una pronunciada homofobia generalizada que catalogaba a hombres homosexuales bajo el nombre de ‘maricones’ y ‘sidosos’. Esta cultura no fue eliminada, al menos en parte, hasta bien entrados los años 9047. No hay que olvidar que la situación política sobre la cultura sexual, que todavía era víctima los fantasmas del pasado, no evitó las persecuciones, conversiones y arrestos dentro de los planteamientos y programas de las instituciones públicas48. De esta forma, siguiendo a Brice Chamouleau en Tiran al Maricón. Los fantasmas queer de la democracia (1970-1988) (2017), vemos cómo algunas organizaciones gays españolas como La Radical Gai trataron de mantener un discurso enfático sobre las connotaciones políticas en los discursos públicos sobre el SIDA, que conducían a la marginación implícita, pero su voz quedó algo diluida en el flujo asimilacionista tras ciertos avances en materia legal, como la derogación del artículo sobre escándalo público del Código Penal en el año 1988. Mientras en Estados Unidos el discurso podían llevarlo grupos más amplios y visibles, los pocos grupos ANTISIDA que existían en las provincias españolas no pudieron competir contra asuntos que estaban arraigados en el imaginario de los sujetos y las costumbres49, los discursos y prácticas fueron contestados y combatidos por las autoridades sanitarias o las diferentes administraciones políticas a partir de varios años después.
La disparidad de planteamientos y de corrientes entre planos de realidad social, entre una cultura popular, y una cultura escondida, marca claras diferencias en relación al propio proceso de expansión político-cultural de la pandemia en España. Algunas culturas del territorio español estaban siendo especialmente receptivas a ideas o artefactos importados de fuera, como ocurría con el conocimiento acerca de colectivos LGBTIQ+; mientras que otras eran inusualmente resistentes. Podemos poner dos ejemplos fundamentales de este proceso: en primer lugar, una sociedad con una resistencia de cambio y un fuerte apego a sus propias tradiciones. En segundo lugar, aquella sociedad apegada a la literatura de fuera y las estéticas contraculturales de los años setenta y ochenta, que fueron evolucionando con referencias a ejemplos extranjeros y que se consolidarían como las principales fuerzas de acción política. La asimilación por parte de las instituciones estatales a la hibridación cultural no atrofió la creatividad de la contracultura50, un término amplio que engloba a algunos colectivos que habían tomado como referencia a aquellos lugares (Estados Unidos, Reino Unido) donde se desarrollaron, a partir de los años sesenta y principios de los setenta, una intensa inclinación a ciertas maneras de autorrealización personal, destacando la mezcla de música, drogas, política, solidaridad juvenil y una sensación de liberación del régimen opresor. Frente a las claras invisibilizaciones de la homosexualidad en España, hay un interés hacia drogadicción intravenosa por parte de las autoridades sanitarias. Este interés parte del hecho de que la drogadicción ya era un fenómeno asimilado en nuestro país y que contaba con una cultura propia presente en varios medios de comunicación. En palabras de Xorxe Cornado de Act Up Barcelona:
«todo el mundo habla hoy de la toxicomanía como una enfermedad. Pero son sólo palabras. Nadie acepta al toxicómano como un enfermo más. […] Y aún así siempre se cuestiona su inocencia, su honestidad, y por si fuera poco, con la aparición del sida, su salud y su capacidad de contagiar, de contaminar… La sociedad se limita a marginar al toxicómano, proporcionándole centros de rehabilitación que no siempre son suficientes, considerándolo globalmente como un enfermo peligroso, sin tener en cuenta que detrás de cada uno de ellos hay una persona con una vida muy difícil y a la que se le dan muy pocas posibilidades de cambiar»51.
La combinación entre las drogas y la música fue sin duda el más influyente de todos los canales de búsqueda de una nueva realidad y la estrategia de una huida instantánea del mundo exterior durante los años setenta y ochenta, como habría señalado Muñoz en su trabajo sobre utopía52, pero también se interpretó como el foco principal de posibles transmisiones en la población española. Siempre excluidos, pero ahora representados como interesantes grupos de riesgo, los homosexuales y drogadictos no eran del todo aceptados dentro de la cultura popular nacional. Nunca habían tenido la posibilidad de tener una representación en una sociedad que no los considera parte de sí misma, que trataba de mantenerlos de los márgenes de la población, e incluso a veces, fuera de las fronteras del país. Tan solo algunos productos audiovisuales como Arrebato (1980) habían recogido interesantes metáforas y archivos sobre estos grupos, apelando a una infección cultural sin precedentes entre la drogadicción y los cuerpos disidentes. Sus personajes recorrían diferentes senderos de la identidad sexual unidos al consumo de sustancias y fluidos, cuyas imágenes son capaces de sintetizar en un largometraje toda una mirada amenazante sobre el mundo normativo y una declaración de principios sobre los usos de la enfermedad en las industrias visuales. Estos artefactos abren al público a un mundo lleno de riesgos que, desde luego, no han sido necesariamente diseñados para el particular disfrute de cuerpos sedientos de emancipación.
5-Conclusiones: las infecciones de lo cultural.
Resulta casi imposible adentrarse y enfrentarse a los archivos del SIDA y no salir contagiado. Todos los documentos gráficos que hemos trabajado de los primeros años de la pandemia, como las descripciones médicas, las imágenes y el sinfín de producciones culturales que la crisis del SIDA desencadenó nos afectan, nos tocan, impactan y (con)mueven. Más allá del dolor, el miedo y las imágenes de muerte, la irrupción del SIDA provocó también una epidemia de sentido que aún existe en el mundo. El SIDA había llegado en un momento en el que la sexualidad y las implicaciones políticas sobre homosexualidad se vieron reducidas por los trágicos y apocalípticos resultados de una enfermedad con la que la sociedad no podía ni deseaba lidiar, lo que inadvertidamente promovió la homofobia, el prejuicio a otros grupos, y el miedo a la muerte a través de las imágenes. Todo esto puede considerarse un momento decisivo para el discurso de la homosexualidad en los Estados Unidos de América, que se sintió como una intromisión en la vida del resto de población heterosexual, valorada entonces como una tentación relacionada con la droga, asunto que además fue un elemento crucial en la construcción de la historia y la política gay.
El SIDA fue la primera epidemia nacida en tiempos de la televisión, pero también una crisis política y médica que ha calado en la psicología y memoria social hasta el presente. El virus de la inmunodeficiencia humana lo impregnó todo, por la manera en que hizo aparición, por las metáforas y connotaciones que se derivan de sus formas de contagio, por las poblaciones que más se vieron afectadas y por su naturaleza invisible y asintomática en los primeros estados de la infección.
Los estudios tanto científicos como culturales de los primeros años del SIDA, pertenecientes a la documentación de la historia, (de)muestran actitudes tan regresivas hacia la población homosexual que nos proporcionan puntos de entrada para comprender la gravedad de los eventos y la magnitud de sus afirmaciones. Por todo ello, la enfermedad es algo más que la potencia de un acrónimo y la lógica fetichizadora de sus efectos. La propia palabra condensa múltiples significados, como el contagio, la invisibilidad, la muerte, la resistencia, la singularidad histórica, la lucha contra los estereotipos, el poder de los ámbitos culturales o la pérdida. Pero también la mercantilización del sexo y sexualidad, la droga, el cuerpo, el placer, el dolor, los problemas de una epidemia, de la medicina, la farmacia, la industria, y el estigma.
Los medios de comunicación fueron un nuevo espacio destinado a la construcción de formas sociales, donde los propios procesos de visualización reactivaban la capacidad de renovar y disputar lo social. Por eso, allí donde hemos señalado relaciones simbólicas, referencias a prácticas situadas, a identidades colectivas, a representaciones compartidas, actuaciones simbólicas, autoafirmaciones y performances escondidas tras las imágenes, también nos encontramos con los prejuicios, las creencias y los valores, los efectos de la definición médica de la situación, los marcos del sentido normativo y organizador de la sociedad y sus espacios, o las pautas de movilización diseminadas por el propio medio. De este modo, al ordenar los mensajes en un catálogo visual, nos damos cuenta de las estrategias que se articularon, fomentando la participación de dos de los núcleos más dramáticos de la vida social: la sexualidad y la muerte, cuya carga simbólica es cuanto menos compleja, y que ha puesto al descubierto las tensiones que existían entre lo público y lo privado; entre la enfermedad y la normatividad social e institucional.
La intromisión del SIDA en el contexto de expansión neoliberal, como una fuerza que moldeó no solamente lo cultural, sino también lo económico y lo social, nos ha permitido hablar, en primer lugar, sobre cierta homogeneización. Esto es, la fusión ideológica de diversas culturas en un mismo plano de realidad; su efecto más extendido fue la comunicación del miedo: SIDA = muerte. En segundo lugar, nos ha permitido hablar sobre la posibilidad de resistencia o antiglobalización en el contexto español, donde muchas políticas públicas permanecían paralizadas como un reclamo a la singularidad de la cultura propia y la no aceptación del régimen de alteridad dentro de las fronteras nacionales. Pero, sin embargo, y en tercer lugar, nos ha permitido analizar, lo que podríamos denominar diglosa cultural, una combinación gradual de culturas locales y globales en relación a la población homosexual que no habían gozado de una gran representación social hasta este momento. El hecho de que los primeros casos tratasen de jóvenes homosexuales y de que las vías privilegiadas de contagio fuesen la drogadicción intravenosa produjo acciones y mensajes fuertemente sesgados por aspectos discriminatorios y moralizantes que comprendían solamente la distinción polarizada entre víctimas inocentes y culpables. En especial, allí donde estaba implicado el contacto sexual, la carga de significación moral desembocaba en la (re)producción social de discursos y prácticas de marginación y estigmatización de la articulación de la diversidad sexual.
En el caso de EEUU, tanto los anuncios como las campañas de prevención, que se financiaban a nivel estatal, tuvieron un papel fundamental en la construcción de subjetividades y en la memoria colectiva a nivel local y global, paralizando, en muchas ocasiones, a los sujetos, quienes no elaboraron estrategias ante la enfermedad, sino que mantuvieron posiciones rígidas que coinciden con varios asuntos, como son la brutalidad visual de sus imágenes, la incertidumbre informacional o la confusión del discurso médico. Sin duda, la posible diversidad de reacciones en el ámbito internacional se vio distorsionada, en parte, por estos artefactos culturales, que impusieron una óptica de interpretación de la acción social pública basada en el terror y la culpa, no reparando en el interés de dar a conocer un origen más estudiado sobre la enfermedad o las vías de contagio, lo cual hubiese tenido un alto grado de eficacia en el posicionamiento subjetivo ante el problema, marcando una impronta no sólo en el nivel de las opiniones del sujeto ante el SIDA, sino (y especialmente) en la configuración de la vida cotidiana y el entendimiento general de las prácticas sexuales.
En efecto, hablando del caso español, el SIDA ha inscrito y dado pautas sobre un proceso en el que estaban en juego el modelo de la sexualidad y las categorías que organizaban y sustentaban a las identidades individuales y colectivas. En todo esto, lo cultural demuestra que sus artefactos y productos siempre habrían estado presentes como motivación de movilizaciones y actuaciones, favoreciendo la intervención política en los espacios, las controversias y los conflictos enunciados públicamente. Las maniobras que tomaron las instituciones públicas y estatales fueron capaces de instaurar y posicionar en el espacio social sus demandas, prejuicios y acciones contra los cuerpos enfermos, en cuanto su presencia simplemente formulaba un marco de sentido opuesto al hegemónico y sus situaciones resultaban desconcertantes e intimidantes.
Sin embargo, parece que el caso el caso español desarrolló unos discursos y hábitos más silenciosos, pero también más instrospectivos, en los que todo parece indicar que bien pudiera haber sido precisamente la apertura o la receptividad cultural de la gente corriente las que obligaran a las instituciones y autoridades sanitarias a intervenir en los años posteriores. Es evidente que las políticas que guiaron las políticas sanitarias nacionales y regionales en estos años fueron impulsadas por una resaca dictatorial que limitó el potencial de la democracia y repelió el impulso modernizador de la Transición. El tratamiento del SIDA fue, en muchos casos, un problema de vida o muerte, pero también fue un tema que tuvo profundas ramificaciones políticas y sociales y peligros para el Gobierno socialista en España. Desafortunadamente —y aquí hay grandes similitudes con la propagación del VIH / SIDA en los Estados Unidos— la inacción y la ignorancia del gobierno español y sus autoridades sanitarias no lograron aprovechar de manera rápida el bajo número de casos en España. En cambio, el Gobierno español se contentó con hacer pasar el SIDA como una enfermedad extranjera que afectaba a unos pocos elegidos, organizarlo grupos de riesgo y jactarse públicamente de estar a salvo del alcance de la enfermedad. Faltaría decir que tal inacción tuvo efectos muy reales y negativos para el creciente grupo de pacientes con SIDA en España. Así, la desinformación, los prejuicios, el estigma, la criminalización y la culpa promovieron varios mitos que devastarían a varias generaciones, que cambiarían las formas de relacionarse afectivamente, de tener sexo, y de practicar y visitar algunos espacios. Frente a la progresiva asimilación de fármacos y la proliferación de aparatos de control dentro de la población, la consideración de cuerpos promiscuos o monstruosos, yonquis o putas nos ayudan a tener en cuenta que el simple hecho de tener algún tipo de contacto físico no esperado ya significaba ponerse en riesgo, y el poder que se encontraba en estas relaciones. De ahí, sin duda, destacar la proliferación de una colectividad global de la enfermedad, de una subjetividad colectiva continuamente sujeta al plano de la ficción, que no sabe dónde se sitúa o quién es, que ha olvidado todas las formas específicas de vivir su vida y que se ha construido dentro del relato intimidatorio de los artefactos culturales. Sin embargo, frente a esta aproximación, también hemos visto que tras la proliferación de discursos negativos y teorías antisociales, se sucedería una emergencia de subjetividades radicales unidas al inicio de la teoría queer, que se intentarían desprender de todas las categorías sociales y los miedos atávicos, de todos los intentos de unificación e identificación comunitaria, para trabajar el cuerpo bajo una óptica y representación cambiante y utópica, que desafiaría las prácticas y construcciones socialmente mantenidas, para presentarse como una infección, o como un fluido, tales como la sangre, el semen, la orina, el sudor, las lágrimas que han promovido durante años la culpa y el olvido, asuntos que siguen nutriendo la pandemia actualmente.
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Note
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- Leo Bersani. “¿Es el recto una tumba?” en Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una pandemia. Barcelona: Siglo Veintiuno Editores, S.A., 1995, p.80.
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- Jennifer Brier. Infectious Ideas. U.S. Political Responses to the AIDS crisis University of North Carolina: North Carolina, 2009, p.54.
- El saber médico, que había demostrado un rotundo optimismo en la utilización de la penicilina para el tratamiento de la sífilis y la gonorrea desde la posguerra en 1945, asiste perplejo a las crisis del control de estas afecciones. A finales de los años sesenta, las enfermedades denominadas venéreas aumentaban y los antibióticos demostraban su ineficacia ante cepas recientes. No sólo las nuevas venéreas sino las ya conocidas ponían en jaque un tratamiento que había dado excelentes resultados, sino también a la posibilidad de cura. A. L. Kornblit. Sida y sociedad. Buenos Aires, Argentina: Espacio Editorial, 1997, p.50.
- Ricardo Llamas. “La reconstrucción del cuerpo homosexual en tiempos de SIDA” en Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una pandemia. Barcelona: Siglo Veintiuno Editores, S.A., 1995.
- Dan William pronunció estas palabras en una charla en el Proyecto de Salud para Hombres Gay de Nueva York en el año 1982. Véase: Jennifer Brier. Infectious Ideas. U.S. Political Responses to the AIDS crisis University of North Carolina: North Carolina, 2009, p.23.
- Jeffrey Weeks. “Valores en una era de incertidumbres” en Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una pandemia. Barcelona: Siglo Veintiuno Editores, S.A., 1995, p.202.
- Jean-François Lyotard. The postmodern condition: A report on knowledge. Manchester: Manchester University Press, 1984.
- Sobre los cambios a partir de la crisis petrolifera de 1973, véase: Detti, Gozzini L’età del disordine. Storia del mondo attuale 1968-2017. Editori Laterza, 2018.
- Ron Vachon expresó su deseo de conectar la salud sexual con las formas de intimidad entre hombres que habían sido al menos parcialmente desestigmatizadas por la liberación gay. Explicó que el sexo anal tenía la capacidad de producir un “vínculo que otras posiciones sexuales no podían abordar”. Ron Vachon, en “Care for Your Rectum,” Gay Community News, 25 de abril 1981, p.10.
- Susan Sontag. Las enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas. Barcelona: Penguin Random House, 2013.
- Rob Latham. Consuming Youth: Vampires, Cyborgs and the Culture of Consumption. Chicago: The University of Chicago Press, 2002, pp.1-4.
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- George Chauncey. ’’From Sexual Inversion To Homosexuality: Medicine And The Changing Conceptualization Of Female Deviance’’. Salmagundi, 58-59: 1982:1983, pp.114-146.
- Treichler demuestra la persistencia en el discurso médico la creencia de que la transmisión del VIH entre personas heterosexuales fue difícil, si no imposible, durante los primeros años de la epidemia. Esto revela el papel que la misoginia cultural y la heteronormatividad jugaron en esa persistencia científica. Véase: Paula A. Treichler, How to Have Theory in an Epidemic: Cultural Chronicles of AIDS, Durham NC. & London: Duke University Press, 1999, pp.2-10.
- Javier Ugarte Pérez. “La matriz del deseo: del género a lo genital.” Ayer 87, 3: 2012. pp.23-44 (Dossier: Homosexualidades).
- El miedo provocado por la epidemia del SIDA fue utilizado para consolidar cada vez más una ambición generalizada que apuntaba a la eliminación de la distinción entre lo público y lo privado, y para establecer en su lugar una nueva categoría monolítica y legalmente vinculante que podemos llamar familia, entendida como el término básico que permitiría que el mundo y los sujetos se volviesen cada vez más comprensibles y claros en su ambivalencia sexual. Véase: Ricardo Llamas: Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de la pandemia. Madrid: Siglo Veintiuno Editores, 1995.
- La película Cruising estrenada en 1980 y producida por William Friedkin inaugura un género de cine homoerótico. Presenta una clara referencia a las dinámicas aprendidas por la comunidad de hombres gays durante los años setenta y además plantea el conocimiento de estas prácticas sexuales por parte de la opinión pública.
- Leo Bersani. ‘’¿Es el recto una tumba?’’ en Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de una pandemia. Barcelona: Siglo Veintiuno Editores, S.A., 1995, p.103.
- Simon Watney, Policing Desire: Pornography, AIDS, and the Media, Minneapolis, Unive Minnesota Press, 1987.
- Rob Latham. Consuming Youth: Vampires, Cyborgs and the Culture of Consumption. Chicago: The University of Chicago Press, 2002, pp.6-9.
- Durante los años 70, se produjo en la conciencia homosexual una tendencia a la asimilación abusiva de prácticas de riesgo y dinámicas de abandono sexual. «Al llegar a la mayoría de edad, muchos jóvenes fuera de las ciudades no tenían un concepto de sexo sin peligro: podía ser descubiertos, arrestados, golpeados. Las ITS eran solo algo más que añadir a una larga lista de peligros». Richard Berkowitz. Stayin’ Alive, The Invention of Safe Sex, a Personal History. Cambridge: Westview Press, 2003, p.53.
- José Esteban Muñoz. Cruising Utopia: The Then and There of Queer Futurity. NYU Press, 2009, p.357.
- Gabriele Griffin. Representations of HIV and AIDS: Visibility Blue/s. Manchester: Manchester University Press, 2000, p.6.
- Como comenta Peter Burke: « […] durante el siglo XX los publicistas recurrieron a la psicología ‘’profunda’’ para apelar al inconsciente de los consumidores, empleando las llamadas técnicas subliminales de persuasión por medio de la asociación de ideas», como la de SIDA = MUERTE. Véase: Peter Burke. Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona: Editorial Crítica, 2001. pp.118-119.
- Elizabeth A. Armstrong, Suzanna M. Crage, ‘’Movements and Memory: The Making of the Stonewall Myth’’, American Sociological Review nº71, 2006, pp.724-751.
- José Esteban Muñoz. Cruising Utopia: The Then and There of Queer Futurity. NYU Press, 2009, p.369.
- Blumer, H. ‘’Social movements’’. En A. Lee (Ed.), Principles of sociology New York: Barnes & Noble, 1951, pp.199-220.
- Judith Williamson. Decoding Advertisements: Ideology and Meaning in Advertising. Londres: Marion Boyars Publishers Ltd, 1978, p.25.
- Tonia Raquejo. ‘’El espejo como no-lugar’’. Quintana nº11, 2012, pp.243-258.
- Este último análisis que tiene que ver con la pulsión de muerte tan mencionada a partir de textos de teoría queer antisocial. Véase: Lee Edelman. No future: Queer Theory and the Death Drive. Barcelona / Madrid: Egales, 2014.
- Gilles Bibeau. “El VIH-SIDA, una enfermedad tropical se convierte en una pandemia mundial”. Revistas IPGH.
- Peter Burke. Hibridismo cultural. Madrid: Akal, 2010, p.135.
- J.M Lechado. La movida: una crónica de los 80. Madrid: Algaba, 2005.
- En octubre de 1988, los ministerios españoles de Sanidad y Consumo, y Educación y Ciencia publicaron El sida: material didáctico, un instrumento de trabajo útil para educadores, y todos aquellos profesionales que desarrollan su labor en contacto con la juventud (p.5). La guía combinaba, por un lado, claras señales de alerta «es una enfermedad mortal» (p.12); «todavía no hay vacuna ni tratamiento eficaz» (p.15). Pero, por otro lado, se aprecia un fondo de despreocupación «el SIDA es una enfermedad poco extendida en nuestro país» (p.12).
- Freud acuñó una expresión que describe magníficamente lo que vemos en la España de estos años: el “narcisismo de las pequeñas diferencias”. La expresión simbólica de la comunidad y sus límites aumenta en importancia a medida que se van disolviendo, difuminando o debilitando de cualquier otra forma, así como los vínculos geosociales de esa comunidad. Sin embargo, este tipo de política estaría destinada al fracaso en el sentido siguiente: es imposible detener el avance de la historia y dar marcha atrás para recuperar el pasado perdido. Peter Burke. Hibridismo cultural. Madrid: Akal, 2010, p.147.
- Rut Martín Hernández ’El Sida ante la opinión publica: el papel de la prensa y las campanas de prevención estatales en la representación social del Sida en España’, Studium: Revista de humanidades, 15, 2009, p.242.
- Dean Allbritton. ‘’It Came from California: The AIDS Origin Story in Spain’’. Revista de Estudios Hispánicos, 2016, p.153.
- La consideración de los modos de encuentro y relación entre gays da lugar a incontables prejuicios. Por ejemplo, Alfonso Delgado, catedrático de la Universidad del País Vasco, escribe: «los homosexuales varones, en cuanto se reconocen, pasan inmediatamente a la acción”; o bien “un joven homosexual tiene la capacidad de relaciones casi inagotable”. “El homosexual” está perdido (la constitución de su cuerpo va a condenarlo); “nosotros” podemos ponernos a salvo». Véase: Alfonso Delgado. Manual SIDA. Aspecto médicos y sociales. Madrid: IDEPSA, 1988, pp.14-17. Esta publicación está avalada además por la Organización Médica Colegial de España.
- En 1970, la ley de Vagos y Maleantes fue sustituida y derogada por la ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, de términos muy parecidos, pero que incluía penas de hasta cinco años de internamiento en cárceles o manicomios para los homosexuales y demás individuos considerados peligrosos sociales para que se «rehabilitaran». A pesar de que durante el período democrático esta ley no fue aplicada continuó vigente hasta su total derogación en el año 1995. Véase: «Sustitución y derogación en el Boletín oficial del estado español n. 187 de 6/8/1970.».
- Ramón Martinez. Lo nuestro sí que es mundial. Una introducción a la historia del movimiento LGTB en España. Barcelona, Madrid: Editorial Egales, 2017.
- Rafael Dezcallar. ‘’Contracultura y tradición cultural’’. Revista de estudios políticos (Nueva Época) nº37, 1984, p.218.
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- José Esteban Muñoz. Cruising Utopia: The Then and There of Queer Futurity. NYU Press, 2009.
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